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Recuerdo la primera impresión que me causaron las Marionnettes de Alvaro Ledesma en su taller: surgidas de una nada caótica y oxidada, repleta de pedazos de tela, madera corrompida, tuercas, alambres y olvido. Era como si siempre hubieran estado ahí, pero no hubiera sido capaz de verlas. Alvaro Ledesma retrata en su obra fotográfica una parte de nosotros mismos que solo una mirada artística puede rescatar de la realidad; las Marionnettes en cambio son una parte de nosotros mismos que su mirada rescata de nuestra imaginación.
El mundo de las Marionettes me llevó instantáneamente al teatro que más amo, ese teatro que a pesar de oler a viejo está lleno de vida. El teatro de la memoria de Tadeusz Kantor, repleto de maniquíes y papel de embalaje. La muerte entendida como desmemoria, y el arte como una forma de rescatarse a uno mismo de entre tanto olvido. Sobre el objeto en la obra de Kantor dice Marcos Rosenzvaig: “el sujeto cae prisionero de su propia ilusión, mientras que el objeto, inaccesible, continúa su periplo por el mundo, sobreviviendo al hombre”. Eso mismo ocurre con cada elemento que, recuperado de una vida anterior, recicla su existencia en arte, en Marionnette.
Los detalles que conforman cada personaje de Marionnettes resurgen juntos de un olvido que no les pertenece, reclamando ocupar un lugar que no es otro que aquel que dedicamos a nuestros sueños. Un lugar lleno de vida, un lugar lleno de ese olvido que está lleno de memoria. Marionnettes es teatro a la espera de un soplo, una escultura que cobra movimiento en el recuerdo de cada espectador. Marionnettes es, al fin, una mirada: la de un artista que ve el alma de las cosas.
Texto:Oier Guillan (Escritor, poeta y dramaturgo)